No me sé vender, entiéndase "promocionar", ni como obrero ni la obra del obrero, aunque eso es una cosa que nunca me ha importado demasiado. La venta conlleva mucha cháchara, y a mí me molesta la cháchara (tampoco sé muy bien lo que es contrario a eso, quizás la de los buenos filósofos o científicos, o quizás el silencio zen, así que esto parece un callejón sin sentido y sin salida). Tampoco sé si las obras que salen de mi mente y se materializan en imágenes que pueden desaparecer en cualquier momento, como fantasmas, tienen algún valor añadido al puramente cinematográfico (y este valor seguro que se me puede discutir sin problema, porque el valor o concepto entendido como cine riñe bastante con la naturaleza de las obras que se deslizan y se escapan entre mis dedos).
El caso es que ha pasado un año desde que presentara "Los sueños al viento" en el festival de cine de Las Palmas, y desde ese mismo día no he hecho muchos esfuerzos en darla a conocer de manera clara, creyendo que la obra podía vivir por sí misma sin necesidad de que su nihilista, eternalista y mādhyamika padre (debo ser el primer ser humano que abraza al mismo tiempo, debido a su confusión-ignorancia, tres esferas de entendimiento de la realidad) la cogiera de la manita para sacarla a pasear.
Así que ahora, en un paréntesis para nada envuelto en claridad, algo me empuja a concretar e incidir, ya sea brevemente, sobre "Los sueños al viento". Pero no voy a parlotear sobre la fantasmal obra, sino sobre su personaje, que es sobre el que pivota y adquiere su sentido esta película documental, que ni es película ni es documental.
Pillipo, el protagonista, es un disidente. Lo es, un disidente, de la propia realidad, y según sus propias palabras, desde chico (él nos decía que su mundo era la imaginación, la fantasía, y eso es una forma de disidencia). Pero también nos confesó que había perdido la imaginación, que se había quedado sin ella. A mí esas palabras me produjeron perplejidad. Él, Pillipo, lo achacaba a la falta de sueño y de sueños. ¿Sueños de vida, sueños en la vigilia o sueños en el sueño? Los sueños son muy importantes para nuestro protagonista. Yo entendí esos sueños como un todo, la pura y vigorosa imaginación, tan poderosa que se materializa. Quizás la vida no sea más que eso. Él era muy imaginativo desde chico, pero no sacó todo su mundo hacia el exterior mientras sus padres estuvieron presentes. Me imagino a ese ser humano, mirándolo todo asombrado, metido en sí mismo, obnubilado por momentos, agazapado tras las rocas de su Teguise natal, deseando escaparse al volcán o llamar al camello con su mente, mientras el cerrado mundo ordenado e isleño le reprimía sin esfuerzo. Nos confesó a cámara (aunque lo dejé fuera del montaje) que como le gustaba (o hubiera gustado) mucho actuar y ver a los actores, iba mucho al teatro-cine del pueblo y que a veces él mismo sustituía a su amigo el proyeccionista mientras aquél se iba a "hablar" con su novia. Me imaginé de repente a Pillipo, mirando desde el ventanuco de proyección hacia la pantalla, o asombrado con los fotogramas que se deslizaban uno tras otro en la ventanilla del proyector. Esa parte de la intervención-confesión la mantuve en el montaje hasta última hora, pero decidí sacrificarla en pos de ritmos y sentidos que no sé si encontré. Era una de mis partes favoritas, pero las paradojas del cine tienen estas cosas.
El nombre del hombre. Pillipo se hace llamar así porque un amigo suyo, de chico, le llamó una vez "pillín". Así, Pillipo, que también ha firmado poemas y "escritos de emoción" en una revista conejera como Pillimpo, se convierte en un ser esquivo hasta para determinar su nombre real. Si uno bucea un poco en internet para comprobar si más gente ha tenido la inquietud de pararse delante de su casa-refugio-jardín-museo para ver quien habitaba allí, comprueba que sus nombres son varios. Manuel Perdomo Ramírez, José García Martín, Pillimpo, Pillipo. La misma confusión rodea a su edad (con un diferencial de hasta 22 años) Lo cierto es que el jardín de nuestro protagonista ha sido muy fotografiado y visitado, y en la red se puede leer todo tipo de apreciaciones en varios idiomas sobre esas obras y visiones que reposan en esa especie de museo que Pillipo ha querido regalar al mundo, al pueblo, según sus propias palabras, para que haya algo bonito, un regalo. Pura inocencia infantil. Adorable.
A lo largo de la semana que contactamos con él, nos íbamos empapando de sus peculiaridades, aunque a mí no me hace falta mucho tiempo para dejarme arrastrar por la mente de un soñador. En una semana tienes tiempo de todo, de amar y de odiar. Pillipo nos echó un día de su casa-jardín, nervioso por vernos pulular por allí sin descanso. Él acostumbra a estar muy solo, y tres tipos muchas horas al día mirando sus cosas y robándole planos no era algo que le entusiasmara demasiado, aunque también estaba contento de tenernos allí, y nos sacaba todos sus juguetes, revistas y recortes, como un niño chico. Ese día en el que nos echó amablemente de su jardín, yo pequé de confianza, cometiendo un error: ponerme a rodar planos de la habitación que daba a su porche (la única estancia interior que nos dejó visitar) en vez de rodar un simple y único plano de intervención que logramos convencerle nos dejara rodar, o sea, decirle "ahora usted va hasta la pila de agua, coge el vaso, lo llena y bebe de él". En vez de hacer eso, me puse a rodar planos de su habitación como un poseso, asustado de que no nos dejara volver a entrar en ella (la pila de agua estaba en su habitación). Al rato, Pillipo se intranquilizó y se sintió estafado, y con razón. Nos fuimos de su casa, sintiéndome como un niño chico reprendido por su profesor. Y así se lo dije a Pillipo. Y él, puro niño, entendió que yo le decía niño a él, y se rió, pero también diciendo con firmeza que mejor nos fuéramos para él quedarse más tranquilito allí con sus gatitos (invisibles gatitos, porque nunca los vimos). Así fue como eché a perder la única oportunidad de rodar con él como un personaje de cine, para que hiciera acciones cotidianas y poder construir así, o intentarlo, algo parecido a una película. En vez de eso, conseguí que nos echara de su casa. Nos tuvimos que conformar con un hombrecito que se sentaba y se levantaba de su porche cuando Dios se lo daba a entender, y que a veces contestaba a nuestras curiosas preguntas sobre su vida. Teníamos un especial interés en sus sueños, ya que gran parte de sus obras se basan en ellos. Yo no quería hacer un documental sobre un artista (conocido o desconocido, bueno o malo) con su vida y su obra. Me aburren esas propuestas, sólo las haría, y con todo el amor y profesionalidad del mundo, por encargo, y si me pagan para hacerlas. Yo quería hacer una película con un hombre que sueña, o mejor dicho, que soñaba, que había perdido sus sueños. Solo eso. Al no poder enfocar esa perspectiva, decidí seguir adelante y hacer lo que pudiera. Me dejé llevar por Pillipo y por el espíritu de la isla, por el señor viento, por el señor sol, por el señor sueño.
Todo el misticismo que deja entrever Pillipo en la película es real, real y puro, sin impostación, sin pretensión intelectual, natural, sincero. Un semi-filósofo-místico natural y llano. Por momentos me sentí muy chico al lado de Pillipo. Y eso estaba muy bien. Nos habló de ángeles correteando al lado de Dios, y que le daban un vasito de agua a este, de brujas del viento, de hadas, de vuelos propios por encima de procesiones o dentro de la iglesia. Nos habló de la luna, de la tierra, de los planetas, del universo, de los astronautas americanos de los que supo siendo un niño o un jovencito. Nos habló de lentejas, de un excedente de kilos de lenteja que sacaron de las tierras familiares y que vendieron al cacique de la isla. Nos habló de las manos, de lo que pueden hacer las manos trabajando la tierra o haciendo una casa (sus propias manos fabricaron su casa, asunto que aprendió a hacer, según él, observando a otros). También aprendió a tocar varios instrumentos de viento por su cuenta (nos hizo una demostración con un saxofón). Y nos habló, con todo el amor de su expresión, de los barrancos, de las piedras al sol, en las que se sentaba para observarlo todo o imaginarlo todo, incluso a chicas guapas. Y de su perro, su amado perro por el que quizás perdió todos sus sueños, a causa de un traumático accidente-incidente que le quitó, literalmente, las ganas de dormir. Sus confesiones adquirían finalmente todo un sentido respecto a su mundo exterior y a sus visiones. O eso elegí creer.
Las fotos son como postales turísticas: el que fuera cine de Teguise, ahora tienda de bonitos artículos orientales, regentada por un amable foráneo no español que adora a Pillipo. El proyector con el que quizás Pillipo llegó a proyectar. Panorámica de Teguise, lugar donde vive Pillipo y donde rodamos la película o lo que sea "Los sueños al viento". Y una foto de rodaje en el porche de Pillipo (la miro ahora, casi por primera vez, y siento apuro por tener rodeado, casi aprisionado a un ser que es como un pajarito.